En este mundo moderno, no es raro encontrarse con personajes cuyos disfraces no están hechos de tela, sino de palabras vacías y sonrisas forzadas. A veces, el disfraz más sofisticado que lleva una persona es su propia hipocresía. Se envuelven en capas de falsedad, ocultando su verdadero yo detrás de un escenario construido por sus propias mentiras. Pero debemos recordar, ningún disfraz puede esconder eternamente la verdad. Así como el sol sale cada mañana, también lo hará la realidad detrás de las máscaras que llevamos. Porque, al final del día, cada uno de nosotros es el sastre de su propia identidad.
En el teatro de la vida, en su baile de máscaras,
conocemos a personajes, algunos se alzan altos,
cubiertos de engaño, llevan una sonrisa,
su disfraz de hipocresía, desgastado y sin prisa.
Pero yo anhelo no ser ese hombre,
no unirme al clan del deshonor.
Deseo un espejo, no una máscara,
solo pido verdad y sinceridad.
Deseo ser el sol de la mañana,
transparente y brillante, sin engañar a nada.
Un libro abierto, no un cofre cerrado,
honestidad, mi armadura, sinceridad mi escudo.
Por cada hilo de verdad que yo coso,
que en el tapiz de la vida resplandezca hermoso.
Ser auténtico, crudo y real,
esa es la herencia que deseo sellar.