A menudo subestimamos el poder de nuestras palabras, creyendo que son solo sonidos que el viento se lleva. Pero las palabras pueden ser más que simples ecos que desaparecen en el aire; pueden convertirse en semillas de bondad o veneno, en flechas que hieren o en abrazos que sanan. Como olas del mar, algunas palabras pueden ser suaves y refrescantes, mientras que otras golpean con fuerza, erosionando incluso la roca más dura. Y aunque es cierto que el viento puede llevarse las palabras, no puede borrar el daño que causan en el corazón de quien las recibe. Debemos recordar siempre que nuestras palabras son el espejo de nuestra alma y deben reflejar comprensión y bondad, no crueldad ni desprecio.
Digo palabras creyendo que se las llevará el viento,
suelto sílabas al aire como hojas al torrente.
Pero no quiero que mi voz sea un tormento,
que cause dolor a quien esté presente.
Las palabras, como flechas, pueden herir,
pueden dejar cicatrices en el corazón.
Debo aprender a medir,
mi voz, mi tono, mi canción.
Porque el viento puede llevar mis palabras,
pero no puede borrar su rastro en el alma.
No quiero ser causante de las llagas,
ni ser la tormenta que descalma.
Así, con el viento a mi favor,
prometo ser portador de amor,
en cada palabra, en cada decir,
para no hacer a otros sufrir.
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