En ciertos pasajes de la vida, lo único que realmente anhelamos es un refugio sereno en el paisaje de nuestra mente. Aquel lugar donde el ruido del mundo se desvanece, donde las preocupaciones se deshacen como las nubes al soplar el viento. Allí, en ese espacio silente, encontramos la paz mental, esa melodía dulce y serena que canta el alma cuando halla su equilibrio. Es la quietud que nos permite escuchar la sinfonía de la existencia, la calma que nos abre a la belleza escondida en los detalles más sutiles. Porque en la tranquilidad de la mente, descubrimos la esencia de la vida, una danza de sombras y luces, donde cada paso, cada giro, está lleno de una sabiduría serena y profunda.
Necesito el susurro suave de la paz,
una caricia leve en mi mente desgastada.
Sólo ansío la quietud, ese lugar sin traspaso,
donde el alma danza libre, sin cadena ni carga.
En los ecos del silencio busco refugio,
en cada sombra de duda, luz de certeza ansío.
Es la melodía dulce que mi espíritu evoca,
ese canto etéreo que el equilibrio provoca.
En la vastedad de mi pensamiento, la calma imploro,
una brisa serena que apacigüe este clamor.
Porque en esta encrucijada de la vida, mi deseo es sincero,
encontrar la paz, ese faro luminoso en mi sendero.