Ser digna va mucho más allá de la perfección. De hecho, se arraiga en la aceptación de nuestras imperfecciones, en el reconocimiento de nuestra humanidad. Dignidad significa abrazar nuestros errores y fragilidades con humildad, siempre con el compromiso de mejorar y crecer. La dignidad se vive en cada acto de respeto que otorgamos a los demás, en cada gesto de compasión y en cada palabra de amor. Pero la dignidad no se limita a cómo tratamos a los demás, sino que también se manifiesta en la forma en que nos exigimos ser tratados. No importa cuán complicadas se vuelvan las circunstancias, la dignidad implica mantenernos firmes en nuestra convicción de ser tratados con respeto. Es la valentía de decir "no" cuando se violan nuestros límites, y el coraje para defender nuestra valía, incluso cuando se pone a prueba. La verdadera dignidad se encuentra en el equilibrio de dar y exigir respeto, no en la perfección.
No busco la perfección, busco ser digna,
en mi error y en mi acierto, en mi risa y en mi lucha,
respeto a otros doy, como dulce vid,
y el mismo trato exijo, aunque la vida sea mucha.
Espero ser tratada con valor y respeto,
no importa si la tormenta es dura y furiosa,
en la calma y en la tempestad, mi aspecto,
ser digna y fuerte, siempre maravillosa.